1. Apasionado por Dios

Desde hace muchos años, oímos que nuestra primera prioridad debe ser Dios. Cuarenta años atrás, Ray Steadman de forma profética (para su tiempo) en su libro “El cuerpo vivo de Cristo” (Ed. Mundo Cristiano), señala tres prioridades: Relación con Dios, Relación con el cuerpo de Cristo, y Relación con el mundo por el cual Dios murió. El autor deja claro que la primera de las tres relaciones es caminar con Dios. Recientemente, otros escritores como Rick Warren destacan de nuevo que  la adoración o relación con Dios es el centro de una vida con propósito, como también de una iglesia con propósito.
La intimidad con Dios no es sólo nuestra primera prioridad, sino también nuestra primera necesidad. Múltiples investigaciones demuestran que muchos pastores y líderes desean crecer en su relación con Dios, más que en cualquier otra área. Sin duda esta es una buena señal, pues muestra el hambre y sed que tienen de Dios.
Muchas veces, infelizmente, este deseo saca a luz los problemas que tenemos de acercarnos  a Dios, con un corazón sincero y sencillo. Quiero comentar algunos de los mayores obstáculos que enfrentamos en nuestra búsqueda de Dios. Después de esto destacaré la raíz de nuestros problemas: nuestro pobre concepto o visión de Dios. Terminaremos reflexionando acerca de cómo encender de nuevo nuestra pasión.

OBSTÁCULOS A LA INTIMIDAD CON DIOS
Una de las mayores barreras es la tiranía de lo urgente. Queremos separar tiempo para Dios, dedicándonos a la palabra y oración (Hch 6:4).  Al mismo tiempo, nuestras buenas intenciones van hundiéndose vez tras vez frente a los clamores de personas en crisis y de otras presiones y responsabilidades. Terminamos muchos días con una lista mayor de cosas pendientes que las tareas que teníamos al inicio del día.
Esta presión nos afecta de diversas formas, y nuestras relaciones más cercanas e importantes tienden a sufrir. Nos volvemos adictos al trabajo o ministerio, necesitamos de la adrenalina de ser líderes, y hasta nos sentimos perdidos o sin gracia en situaciones donde no somos tratados como líderes. Muchas veces nos desgastamos durante el día de tal manera que no tenemos energía para la familia cuando llegamos a casa. A veces, las preocupaciones se apoderan de nosotros y no logramos entregarnos al momento, por que parte de nosotros está en otro lugar. Esto puede perjudicar nuestro sueño y al no dormir bien, consecuentemente andamos cansados. Esta es una buena fórmula para el  agotamiento.  Ya agotados, no logramos apasionarnos por nada.
Otra barrera para intimidad con Dios es la falta de intimidad en la mayoría de nuestras relaciones. Tenemos la tendencia a aislarnos, y si somos líderes nuestro propio liderazgo tiende a separarnos aún más. Vivimos en un mundo donde las personas no saben relacionarse bien y somos el reflejo de ese mundo.
Nosotros –o muchos de nosotros-  crecimos en familias disfuncionales, fuimos heridos en el pasado y no hemos sanado los sentimientos negativos que quedaron dentro de nosotros. Evitamos ser  transparentes, hasta inconscientemente,  pues podemos recordar que, las veces que nos abrimos, hasta con nuestros padres o líderes espirituales, salimos lastimados.
A esto se suma que muchos no distinguimos entre la convicción de ser llamados y el activismo, la compulsión de tener que producir más. Los dos tienen varias cosas en común: son motivaciones profundas, proveen una energía más allá de nosotros. Ambos nos llevan a rendir mucho mas y ser reconocidos y valorados por las personas a nuestro alrededor.
Exactamente por ser bastante parecidos, la diferencia entre los dos puede pasar desapercibida. El llamado tiene su raíz en Dios, fluye de una dependencia de él, haciendo sus obras (Jn. 5:19). Brota de una persona que sabe que se acepta y gusta de sí misma (1 Cor. 15:10). Combina naturalmente la humildad con la decisión y capacidad de marcar diferencia. El activismo, en cambio, nace del tener que producir. Tiene su raíz en nosotros y en las expectativas de otros. Fluye de una obligación de satisfacerlos o impresionarlos. En este sentido nos volvemos dependientes de ellos. Sé convierte en una persona que no puede descansar pues continuamente está insatisfecha consigo misma. A veces se anula a sí misma, y en otras oportunidades anula a otros, porque al final de cuentas tiene que probar algo a alguien.

LA RAÍZ DE NUESTROS PROBLEMAS: Una visión errónea de Dios.

A. W. Tozer expresa esto de forma clara y profunda cuando escribe:
 “El bajo concepto de Dios, mantenido casi universalmente entre los cristianos, es la causa de una centena de males menores en todas partes. Una filosofía de vida cristiana enteramente nueva, resultó de ese único error básico en nuestro pensamiento religioso.
A la pérdida del sentido de majestad fue añadida la pérdida de la reverencia religiosa y de conciencia de la presencia divina. Perdemos el espíritu de adoración y la capacidad de entregarnos íntimamente a fin de encontrarnos con Dios en silenciosa adoración. El cristianismo moderno simplemente no esta produciendo el tipo de cristiano que pueda apreciar o experimentar la vida en el Espíritu. Las palabras “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” significan casi nada para el autosuficiente y apurado adorador de esta segunda mitad del Siglo-XX.

“Esta pérdida del concepto de la majestad ocurre cuando las fuerzas de la religión comienzan a ganar terreno de manera dramática y las iglesias se vuelven más prósperas que en cualquier otra época de los últimos siglos. Pero el aspecto más alarmante en que nuestras ganancias son todas externas y nuestras pérdidas son totalmente internas; y ya que la cualidad de la religión que es afectada por condiciones internas, es probable que nuestras supuestas ganancias sean solo pérdidas distribuidas por un campo más extenso[1]

Tenemos una fuerte tendencia de “crear” a Dios a nuestra imagen en vez de ser formados a su imagen. Si tenemos dificultad de abrir nuestro corazón, lo vemos a él como alguien que difícilmente abre su corazón hacia nosotros. Si nos acostumbramos a ciertos pecadillos predilectos: errores, mentiras “blancas” y exageraciones, creemos que Dios también es tolerante, que nos entiende y nos acepta “tal y como somos”; estamos convencidos que somos buenos y hasta santos. Si somos perfeccionistas y exigentes, entendemos que él también es así, y vivimos en un constante esfuerzo de alcanzar los criterios absolutos que sin duda, Dios debe tener en mente cuando nos mira.

¿Usted tiene problemas con Dios? ¿Siente que su poder no es real en su vida? Se pregunta, ¿A dónde se fue ese primer amor, esa pasión que algún día usted tuvo? ¿Siente tristeza y sufrimiento y tiene dificultad en entender por qué un Dios amoroso permitiría todo eso? ¿Su santidad le asusta, o lo aparta? ¿Usted ve que Dios quiere cambios (en su vida y a su alrededor) que usted siente que no tiene condiciones para hacerlos?

Algo peor que sentirnos incómodos con éstas preguntas es ni siquiera pensar en ellas.  Nuestro Dios se volvió un gatito domesticado que nos sirve muy bien, nos mantiene de forma razonablemente cómoda en nuestro lugar “bendecido”.  El no es más el León de Judá imprevisible y peligroso cuyos propósitos son la razón de nuestras vidas.

Parafraseando a Tozer, la raíz de todos nuestros problemas esta en  nuestra dificultad de aproximarnos a Dios de tal forma que nos volvamos más como él. Esto especialmente nos toca a nosotros que somos “viejos creyentes” que tenemos una tendencia a descansar, a acomodarnos a una relación rutinaria y previsible, parecida a la mayoría de los viejos matrimonios. En algún lugar de nuestro caminar con Dios, perdimos esa intimidad que nos deja maravillados, nos renueva y nos transforma. Es probable que nos paramos en la gloria anterior, felices de vivir en la sombra o reflejo de ella, como fue el caso de Moisés (2 Co 3:12-17) Necesitamos quitarnos el velo y, con nuestros rostros descubiertos, ser transformados de gloria en gloria.

CÓMO AVIVAR DE NUEVO NUESTRA PASIÓN

En primer lugar, necesitamos mirar a Dios, redescubriendo la profundidad de su amor. Sin el romance sagrado, la gracia y el amor quedan más como doctrinas que como realidades. Desde los primeros hasta los últimos capítulos de la Biblia, encontramos el tema de amor y matrimonio como una parábola viva de su pasión para con nosotros. Nuestro tiempo de oírlo tanto en la Palabra como en el Espíritu necesita volverse un tiempo de oír sus mensajes de amor.

Necesitamos liberar nuestro corazón para expresarnos. ¿Cuál es el estado de su corazón? Evalúe y pídale a Dios que comparta con usted su perspectiva, como el Salmista lo hizo (Sal 139:23,24). Renueve su dedicación de andar de la mano de Dios como su enamorado divino. Tome tiempo para conversar, abrirle su corazón y dejar que él haga lo mismo con usted. Esto se puede expresar de forma diaria, de forma semanal en nuestro día de descanso y de forma periódica con un retiro con Dios.

En segundo lugar, necesitamos mirarnos a nosotros mismos y evaluarnos si tenemos un verdadero cimiento de amor fundamental[2]. Si fuimos criados sin un amor profundo, aceptación y seguridad, andamos con un filtro que difícilmente deja que lo positivo penetre nuestros corazones, al mismo tiempo fácilmente permite que lo negativo penetre lo profundo de nuestro ser y se alimente en nosotros. Floyd McClung Jr. trabaja estos problemas en su libro El corazón paternal de Dios.

Este autor muestra cómo nuestra relación con nuestro padre humano acaba siendo el filtro por el cual nos relacionamos con nuestro Padre Celestial. Y, ya que todos tuvimos padres imperfectos, todos somos afectados por una visión errónea de Dios, si aún no hemos sanado nuestras heridas, tristezas, miedos y frustraciones que experimentamos en la relación con nuestros padres (y con otras personas importantes en nuestras vidas). Necesitamos descubrir el camino de la sanidad emocional en grupos pequeños donde podemos experimentar intimidad, aceptación y amor.

En tercer lugar, necesitamos encontrar compañeros de yugo, comprometidos a crecer junto con nosotros. Solo, nadie cambia su forma de vida de manera significativa. Necesitamos priorizar relaciones profundas con personas que nos ayudarán y estimularán en cuanto a nuestra relación con Dios.

Preguntas para la reflexión (individual y en grupo pequeño)
1.      ¿Qué es lo que dificulta más su intimidad con Dios? ¿Usted está realmente apasionado por él?




2.      Piense en uno o dos compañeros de yugo con los cuales usted podría buscar cambios verdaderos y también crecimiento. ¿Cómo funcionaría esto en la práctica?




3.      Confiese en oración, dónde su visión de Dios puede estar desviada, y lo tiene insatisfecho, trayendo problemas a su vida. No converse, vaya directo a la oración.



Para profundizar
·         Lea La Búsqueda de Dios, de A. W. Tozer (Christian Publ. Inc., 1995)
·         Lea El Corazón Paternal de Dios, de Floyd McClung Jr. (Ed. JUCUM, 2008).