Siempre es un desafío practicar las verdades bíblicas y no sólo conocerlas.
Aunque sabemos muy bien la verdad de que somos hijos de Dios, no obstante
vivimos muy mal esa realidad. Entendemos intelectualmente que somos hijos pero
la mayoría vivimos como siervos, creyendo que nuestro valor depende de agradar
a las personas y de nuestro servicio.
Mi esposa Débora entró en una crisis emocional en 1977; eso la llevó a un
período sabático y dejó de involucrase totalmente en el ministerio. Por primera
vez en su vida, ella dejó de servir. Ya estaba en crisis, y la crisis se
profundizó cuando se dio cuenta que únicamente conocía la identidad de sierva y
no entendía lo que era ser hija. Tanto los padres de ella como los míos eran
dedicados siervos de Dios, y nosotros dos reproducimos esa herencia.
El cambio en ella desencadenó un cambio en mí.
Nadie consigue
cambiar solo. Entramos en un período de varios años de conflictos y crisis
porque el cambio de identidad no es algo que se hace con sólo algunos ajustes.
Requiere de quebrantamiento y dejar que el alfarero rehaga el vaso en la forma
que él quiere.
Después de este período de
reflexiones profundas y un nuevo entendimiento de las Escrituras, estoy convencido
que la mayoría de los pastores y líderes, y aún los miembros de la iglesia que
trabajan activamente en ministerios de la iglesia tienen una identidad de
siervos. Para muchos de nosotros existe un conflicto entre nuestra entrega y
dedicación al servicio o ministerio de Dios y nuestro amor por él; perdemos la
relación con el Señor por el activismo (las actividades de servicio a él).
Existen muchos versículos que hablan de la importancia de ser siervos (Mt
12:28; 20:25-28; Jn 13:1-7; Flp 1:1; Stg 1:1; 2 P 1:1; Jud 1:1). Al mismo
tiempo, existen algunos aspectos negativos si basamos nuestro valor, nuestra
razón de ser, en nuestro servicio.
Algunas de las descripciones bíblicas de siervo aclaran que ellos no saben
o no necesitan entender los propósitos de su líder o jefe, mucho menos su
corazón (Jn 15:15). Un siervo trabaja para cumplir lo que le es encomendado (Mt
8:9). Esto puede ser una virtud, pero se vuelve una deficiencia cuando la
motivación es externa en lugar de ser interna, cuando prima un sentido de
obligación, una obediencia ciega en lugar de la alegría. Al siervo no se le
invita a sentarse a la mesa con su jefe, en lugar de ello debe correr para
servirle. Y después de toda la carrera, queda con el sentimiento de “soy un siervo inútil, apenas cumplí con mi
deber” (Lc 17:7-10). El siervo es bendecido si rinde bien y cumple con las
expectativas de su señor. Pero vive con la posibilidad de ser castigado y hasta
echado fuera si no produce como debería (Mt 24:45-51). Esto puede parecer muy
extraño a primera vista, pero muchos de nosotros vivimos con miedo de lo que
las personas a nuestro alrededor piensen de nosotros, inclusive las personas no
creyentes. No testificamos de Jesús por miedo a perder una amistad o por temor
de lo que esa persona pensará de nosotros.
Un mejor título para la parábola conocida como El hijo pródigo, sería: Los
dos hijos pródigos (o perdidos); pues en ella se habla de dos hijos. El
hijo menor sólo piensa en sí mismo y en lo que puede ganar de su padre,
aprovechándose de él y de su herencia para vivir como quiere. Lo conocemos como el hijo perdido. Pero, de
igual forma el hijo mayor está perdido; es “el creyente viejo”, que tiene
dificultad de entender la gracia que Dios otorga a otros que realmente no la
merecen. El hijo mayor no consigue entender el corazón de su padre. Fácilmente
se siente ofendido; tiene dificultad de celebrar las bendiciones que otros
reciben. Percibe que los beneficios que otros reciben de alguna forma
disminuyen los beneficios que él podría recibir; se enoja cuando las cosas no
se hacen como él quiere, cuando su padre no actúa de la forma que a él le
gustaría.
Pero lo que más distingue al hijo mayor o creyente viejo se encuentra en
las primeras palabras de este hijo hacia su progenitor, cuando se queja por la
gracia del padre hacia su hijo menor, que desperdició toda su herencia fuera
del hogar. Él dice: “¡Mira, todos estos
años he trabajado como un esclavo a tu servicio y nunca me diste ni un cabrito
para gozarme con mis amigos!” (Lc 15:29). Su sentido de valor se encuentra
en su trabajo y no consigue entender el corazón de su padre que da valor al
hijo por lo que él es y no por lo que hace. No logra reconocer el valor de su
hermano y amar a aquel que desperdició todo.
El hijo menor reconoce, cuando sufre, que realmente los siervos en la casa
del padre viven mejor que él. Vuelve a la casa para pedir trabajo, está
dispuesto a ser tratado como uno de los empleados o siervos. Pero, el padre
percibe el corazón quebrantado de su hijo; sin egoísmo, y lleno de compasión
corre hacia él. Lo abraza y besa, cancela todo el trabajo y planes del día y
declara un feriado. Celebra el retorno
de su hijo, no sólo físico sino también
el cambio interior, el cambio de corazón. Al final de cuentas, el hijo
arrepentido y que sabía que no merecía nada entró en el gozo de su padre; en
cambio el hijo que no consiguió abandonar su valor como siervo quedó fuera,
vivía en la casa del padre, pero no entendía nada lo que significaba ser
verdadero hijo.
El menor de los hijos en la casa del padre es mayor que el mayor siervo de
todos los líderes y profetas del antiguo testamento (Mt 11:11). Jesús no nos
mira como siervos sino como grandes amigos que viven en la alegría de amar y
ser amados (Jn 15:15-17). Él quiere que entendamos que fuimos llamados a “la
gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Ro 8:21).
A continuación resumimos en un gráfico muchas de las diferencias entre la
identidad de siervo y la de hijo. Le sugiero que usted subraye las frases con
las cuales se identifica en las dos columnas hacia la derecha, puede usar una
línea punteada cuando se identifique parcialmente.
Áreas de Diferencia
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Identidad de Siervo
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Identidad de Hijo
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1. Su valor
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Se basa en su
servicio, ministerio (en el hacer). Tiene valor en cuanto sirve. Su valor
depende de lo que él hace.
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Se basa en ser
hijo, él es valorado por lo que es, no sólo por lo que hace.
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2.Base para sentirse bien
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Ser útil; agradar a
las personas.
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Ser amado; sentir
en él el placer del padre.
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3. Conocimiento
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Precisa saber qué
hacer; no necesita entender los propósitos de sus acciones.
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El Padre le revela
sus propósitos; y el hijo entiende el corazón del padre.
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4. Motivación
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Obligación, cumple
con su deber. A veces tiene compulsión de producir o de agradar a las
personas.
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Alegría, participa
con el padre en su trabajo y en sus propósitos
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5. Propósito de su existencia
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Trabajar, ser
productivo, obtener resultados.
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Ser compañero de su
padre y crecer para ser como él.
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6. Tipo de relaciones
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Contractual, cumple
el servicio a cambio de beneficios.
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Familiar:
intimidad, lleno de cariño, afecto, amor, alegría y celebración.
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7. Relación emocional
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Emocionalmente
distante de su jefe.
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Comparte el
espíritu, herencia y sufrimiento del padre.
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8. Consecuencias de desobedecer o de no agradar
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Castigado,
rechazado, apartado, echado fuera (Mt 24:48-51)
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Disciplinado para
ser restaurado (Heb 12:5-11)
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9. Relación de su trabajo con el de su superior
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Hace lo que su jefe
le ordena, muchas veces no es lo que él quiere hacer.
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Hace lo que el
padre está haciendo. Compañerismo.
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10. Fuente de energía, fuerza, poder
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Esfuerzo propio, a
la espera de reconocimiento.
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Gracia, amor y aceptación
como la fuente de todo esfuerzo (1 Co 15:10).
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11. Descanso
|
No consiga
descansar; no consiga parar. No tiene
día de descanso. Vive sobrecargado.
|
Celebra
descansar e practica un día de descanso semanal. Mc 6.30-32; Heb 3 e 4.
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Existen varias razones por las que vivimos más con una
identidad de siervo que de hijo. Las heridas emocionales que nos distancian de
Dios es una de las razones. Esto lo comentamos en otro capítulo. Esas heridas
dificultan que nos sintamos profundamente amados y aceptados por Dios. La
medida en que nos sentimos amados y aceptados se revela en la medida que
transmitimos lo mismo hacia otros. Otra forma de reconocer si tenemos alguna
dificultad con el rechazo es nuestra actitud en relación a la corrección de
otras personas y a la disciplina del Padre. Quien no tiene una buena autoestima
o identidad positiva, tiende a mirar la corrección como castigo, rechazo o
amenaza; realmente tiene dificultad de ver en eso la mano amorosa de Dios que
disciplina a quien él ama.
Otro bloqueo en cuanto a sentirnos verdaderos hijos de
Dios es nuestra dificultad de identificarnos plenamente con Jesús como el Hijo
de Dios (y consecuentemente hallamos que él no puede identificarse plenamente
con nosotros). Todas las veces que alguien como el apóstol Juan habla de Jesús
como Hijo de Dios, hacemos una distinción entre Jesús y nosotros, entendiendo que él era realmente diferente a
nosotros como hijos. Nuestra tendencia de colocar a Jesús en un peldaño encima
de nosotros, en un nivel diferente, disminuye la habilidad de apropiarnos
verdaderamente de nuestra herencia, de recibir el poder divino para ser hijos
en una línea en la cual él es el primogénito (Ro 8:28-29).
Necesitamos aprender a tomar pasajes como aquellos donde
se describe a Jesús como Hijo y colocarlos en primera persona, viendo,
sintiendo y experimentando que también nos describe a nosotros. Por ejemplo,
¿se sentiría a gusto colocar su nombre en el siguiente pasaje y hablarlo en
primera persona como se expresa aquí?
Le dijo David
(coloque su nombre): Mi papá aún hoy está trabajando e yo también
trabajo... Ciertamente les aseguro que yo no puedo hacer nada por mi propia
cuenta, sino solamente lo que veo a mi padre hacer, porque cualquier cosa que
hace el padre, yo también hago. Pues mi padre me ama y me muestra todo lo que
hace.[1]
¿Será que la frase “de tal palo tal astilla” (esa frase
realmente es mejor que el original “Tal padre, tal hijo”?) puede aplicarse a
usted en relación a su Padre celestial?
Comentamos en el capítulo anterior que el Reino de los
cielos es tomado a la fuerza, y los que usan de la fuerza se apoderan de él (Mt
11:12). De forma parecida, no se puede pasar de una identidad hacia otra sin
cambios profundos y radicales, sin un poder y esfuerzo sobrenatural. Y ya que
nadie cambia de forma significativa solito; necesitará de compañeros que
participen con usted. En verdad, un cambio de identidad normalmente requiere de
una crisis o una serie de crisis para que nos desequilibre de nuestra vieja
mentalidad y nos lance a la aventura de descubrir una visión diferente de la
vida. ¡Bendita crisis! Usted ya oyó hablar de compañeros de yugo, ahora necesitará
de personas dispuestas a ser “compañeros de crisis” enfrentándolas juntos,
Neil Anderson trabaja bien el asunto de nuestra identidad
en varios libros, especialmente “Libertad
en Cristo” (Ed. Unilit). Sus declaraciones de nuestra identidad en Cristo
han sido muy útiles en el ministerio de restauración de personas heridas en
grupos de apoyo que se reúnen a lo largo de varios semestres.[2] Pero cualquier libro, no importa cuán bueno
sea, no cambiará nuestras vidas, si no tenemos personas comprometidas a cambiar
con nosotros. Espero que usted esté estudiando este libro con un grupo que
puedan ser esos compañeros que señalamos aquí. ¡Juntos llegaremos donde ninguno
de nosotros llegaría solito!
Preguntas para
reflexión (individual y en grupo pequeño)
1.
¿Cuáles son las
razones principales por las cuales las personas inconscientemente, sin pensar,
caen en la identidad de siervos?
2.
¿Usted se identifica
más como siervo o como hijo? Escriba en
algunos párrafos cómo usted se siente en relación a lo que subrayó en la tabla
de arriba.
3.
¿Qué cambios
necesitaría hacer para realmente experimentar la identidad de hijo en mayor
grado? ¿Precisa de una crisis?
Para profundizar
Procure as declaraciones de su identidad en
Cristo en el sitio www.pastoreodepastores.com en el link de herramientas. Imprímalo y léalos en voz alta durante siete días
seguidos.